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Como evangélicos que creemos en la salvación por gracia, por medio de la fe- una decisión individual y personal – nuestro deseo para cada ser humano es que viva en un contexto donde él o ella tenga la oportunidad de elegir libremente a Cristo como Salvador. Creemos en un Dios que ha dado gran libertad y responsabilidad a los seres humanos para elegirle o no, y de asumir las consecuencias de sus elecciones. La libertad de conciencia y de religión han, por tanto, sido valores históricamente apreciados por los evangélicos y con razón.
Además de su apego a la libertad religiosa, los evangélicos también afrontan realidades sociopolíticas que les llevan a enfatizar este derecho fundamental. Globalmente, la mayoría de los evangélicos viven en países donde la libertad de adoración está restringida. En nuestra obra representando a la World Evangelical Alliance en las Naciones Unidas, lo veo cada día: cuando preguntamos a nuestros aliados miembros las cuestiones prioritarias que les gustaría que emprendiéramos con sus gobiernos en las Naciones Unidas, la libertad religiosa casi siempre viene en primer lugar. La defensa de nuestros hermanos y hermanas cristianas cuya libertad religiosa es violada, es una causa a la que estamos llamados a comprometernos con fuerza y coraje.
Pero esto no es nada nuevo, cualquier cosa buena y cualquier buena causa también pueden usarse mal. En años recientes, cada vez más partidos políticos y gobiernos se han presentado como defensores de la libertad religiosa de los cristianos de forma que es en realidad, una instrumentalización de estos conceptos a servicio de un plan de política interna. Dado que estamos fuertemente afianzados a la noción de libertad religiosa, los evangélicos somos vulnerables a ese tipo de manipulación. Cuando los cristianos son asociados a tal agenda, puede ser un obstáculo para que los no cristianos adopten la fe cristiana. Así pues, esta situación nos impulsa a redoblar nuestros esfuerzos de considerar cómo podemos hacer nuestra obra de abogar por la libertad de creencias que esté alineada con el Evangelio y que fortalezca nuestro testimonio cristiano. He aquí algunas líneas de reflexión.
1) Abogar por la libertad religiosa de todos- no solo de los cristianos.
En primer lugar, por definición, la libertad de religión existe para todo el mundo o no existe para nadie. Exigir libertad de religión para solo un grupo en una contradicción en sí misma. Así pues, si queremos libertad para los cristianos, debemos pedir libertad para todas las fes. En su Resolution on Religious Freedom and Solidarity with the Persecuted Church (2008) (Resolución sobre libertad religiosa y solidaridad con la iglesia perseguida), la World Evangelical Aliance dice que “Afirmamos la defensa de los cristianos perseguidos y adheridos de otras fes hacia los que están en los gobiernos (…) El derecho a la libertad religiosa es indivisible y no puede reclamarse solo para un grupo particular excluyendo a otros”.
Nuestro compromiso con la libertad religiosa y los derechos humanos de gentes de todas las creencias también está motivada teológicamente. Creemos que todos los seres humanos son creados a imagen de Dios y por tanto formamos una familia humana- si bien grandemente dañada por la caída. Así pues, debemos evitar dar la impresión de que solo estamos interesados en proteger a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Es nuestro deber abogar también por los derechos y dignidad de nuestros “prójimos” que son nuestros hermanos y hermanas “en humanidad”, incluyendo su derecho a seguir lo que vemos como falsas creencias. Hacemos esto, creyendo que también tendremos que asumir la responsabilidad de las consecuencias de sus decisiones ante Dios. Hay libertad y responsabilidad que Dios mismo ha concedido a la humanidad. En su resolución de 2008, la World Evangelical Alliance (Alianza Evangélica Mundial), afirma lo siguiente: “La WEA diferencia entre abogar por los derechos de miembros de otra religión o sin religión y respaldar la verdad de sus creencias. Abogar por la libertad de otros puede hacerse sin aceptar la verdad de lo que creen”.
Una defensa así, centrada en el prójimo, va en contra de la lógica de muchos en el mundo que abogan solo por los intereses de su propio grupo en detrimento de otros. El compromiso de libertad religiosa para todos, es parte de este testimonio de amor universal que está en la imagen de Dios y que implica defender la libertad de aquellos que creen de manera diferente. Es un signo profético y un testimonio a favor del Evangelio entre las naciones. Por el contrario, defender solo la libertad de los cristianos es un anti- testimonio que es contrario a la enseñanza bíblica de que cada ser humano es creado a imagen de Dios y dotado del mismo valor inmenso.
2) Abogar por todos los derechos humanos y el estado de derecho- no solo por la libertad de religión
Uno no puede elegir algunos derechos humanos y descuidar otros porque todos los derechos son interdependientes e interrelacionados. En otras palabras, no podemos ser campeones de la libertad religiosa y pasar por alto otros derechos humanos. Si un gobierno no respeta el Estado de derecho, si el poder judicial no es independiente, si la igualdad entre todos los ciudadanos no está garantizada, o si la libertad de asociación y de expresión es violada, no habrá tampoco libertad religiosa. La libertad religiosa en sentido estricto, no puede por tanto ser nuestro único criterio para juzgar una política de derechos humanos. Si estamos verdaderamente preocupados por el bien común de la humanidad- y deberíamos estarlo- nuestro interés será la protección de todos los derechos humanos.
En segundo lugar, nuestra defensa no debe confundir lo que esperamos del Estado con lo que esperamos de la Iglesia. Esperamos que el Estado garantice una sociedad libre donde las personas, incluyendo a los cristianos, disfruten de los mismos derechos y libertades. Imaginamos un Estado que haga justicia, combata la corrupción, garantice la libertad incluso para los grupos minoritarios impopulares y en el que no haya ciudadanos de segunda clase. El papel de la Iglesia es el de extender el Reino de Dios, dar testimonio de Su amor en acción y en verdad y proclamar el Evangelio y sus valores- algo que en principio se puede hacer mejor en una sociedad libre. El avance del Reino de Dios, no es el papel del Estado. Desde luego, si la Iglesia, por la gracia de Dios, triunfa en su misión, los valores bíblicos invadirán la sociedad y posiblemente influirán sus leyes y los valores de la nación y sus instituciones. Sin embargo, cada sociedad humana esta inevitablemente compuesta de cierto pluralismo religioso, y es nuestro deber como cristianos permanecer fieles en la defensa de estas libertades para todos, estemos en una posición de minoría o mayoría.
3) Ser proféticos – y evitar una mentalidad de víctima
Algunos estudios muestran que, numéricamente, los cristianos son el grupo más perseguido del mundo y desafortunadamente esa tendencia está creciendo. La triste realidad debería retarnos y motivarnos a orar, a apoyar a la iglesia perseguida y abogar por las víctimas y sus libertades. Pero esta situación también lleva un riesgo: el de desarrollar una mentalidad de víctima.
Una mentalidad de víctima no es el modelo que se nos muestra por parte de los apóstoles en el Nuevo Testamento. A la vista de la persecución, después de ser azotados con bastones, se sentían gozosos de haber sido dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús (Hechos 5:41)-
Si analizamos el mundo y sus conflictos exclusivamente desde la perspectiva de la persecución de los cristianos o del choque de civilizaciones y religiones, entonces corremos el riesgo de malinterpretar algunas realidades complejas y nuestra defensa no será adecuada ni sabia. Por ejemplo, si usamos terminología como “genocidio cristiano” ante conflictos donde otras dinámicas están (también) en juego, o donde el uso de “genocidio” es una exageración, incluso en el caso de una realidad trágica, el mundo no nos tomará en serio. De hecho, esas lentes interpretativas nos llevan a atajos y comprensiones simplistas, donde de hecho las causas originales son a menudo múltiples y complejas.
Más que permitirnos ser tentados por una mentalidad de víctima o afirmaciones simplistas o dinámicas polifacéticas, la forma de tratar la persecución puede ser una oportunidad para cumplir nuestra vocación profética, hablando la verdad con sabiduría. Podemos buscar el dialogo con las autoridades correspondiente e invitarlas, firme pero respetuosamente, a veces en público y a veces en reuniones privadas, a cambiar el curso y respetar la justicia y los derechos humanos de la gente bajo su responsabilidad. Es mi esperanza que nuestra defensa profética pueda ser también testimonio cristiano de acuerdo con el Evangelio y el amor de Dios para toda su Creación.