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Un estudio publicado en 2018 titulado “Jóvenes adultos de Europa y religión”, del profesor británico de Teología y Sociología de la religión Stephen Bullivant, demuestra una de las cuestiones más cruciales para la misión en Europa hoy.
En la República Checa, el 91% de los jóvenes adultos se categoriza a sí mismo como sin filiación religiosa, mientras que en Reino Unido, Francia Bélgica, España y Países Bajos entre el 56 y el 60% dijeron que nunca van a la iglesia y entre el 63 y el 66% dijeron que nunca oran. Según Bullivant, muchos jóvenes europeos, “habrán sido bautizados y después nunca franquearán la puerta de una iglesia de nuevo. Las identidades culturales religiosas simplemente no están pasando de padres a hijos. Directamente, desaparecen.”
Youth For Christ (Juventud para Cristo) publicó otro estudio revelador, fijándose en Gen Z (gente de 12 a 18 años), mostrando que sólo el 32 % de los adolescentes británicos cree que hay un Dios, y de estos, sólo el 18% estaría interesado en averiguar más. Esta es la realidad abrumadora que afronta el futuro de la iglesia y es campo de misión.
La generación urbana actual, conectada con el consumismo, medios de comunicación social y la industria del entretenimiento, forma la cultura global más grande que jamás haya existido. Se extiende de Europa a América del Sur, de Asia a Oriente Medio, manteniendo los mismos valores, oyendo la misma música, viendo las mismas películas, y compartiendo los mismos “posts”.
Esta cultura global está grandemente influenciada por una cosmovisión predominante: el humanismo secular. Dios está muerto y nosotros estamos en el centro. En esta cultura relativista, nosotros somos dios, y el consumismo es nuestra religión. Esta es una generación que no mira a la iglesia buscando respuestas, ya que cree que esta es una tradición vacía y muerta del pasado. O no hay Dios, o si lo hay, Él no interfiere realmente en nuestras vidas.
Y sin embargo el Dios de la Biblia está en una misión y Su Corazón está quebrantado por esta generación perdida. El mensaje de Su amor- el Evangelio- es para todo el mundo, y no está bien que la gente joven hoy no llegue a oírlo porque no lo estamos haciendo accesible para ellos. Ellos no vienen a nosotros, así que debemos ir a ellos. Como iglesia de Jesús, debemos darnos cuenta de los cambios necesarios en nuestro esquema mental y estilo de vida, y de la necesidad de un cambio de paradigma en las misiones.
La esperanza y las oportunidades vienen cuando vemos signos claros de Dios en acción, extendiéndose para llegar a los corazones y mentes de esta generación. Hay una profunda conciencia entre la gente joven hoy de que falta algo. Esta generación está espiritualmente hambrienta. Esto es evidente cuando escuchamos el clamor que resuena a través de la cultura pop y los medios de comunicación social que nos rodean.
La artista británica de rock indie Florence Welch, habló sobre esto en una entrevista en TV sobre su álbum de 2018 High as Hope (Alto como la Esperanza). Describe su conciencia de la necesidad de amor que ella estaba intentando llenar. “Algo dentro de mi necesita arreglar esto…Es como si pudiera tener una cita con la solución, puedo beber o llevar la solución… este disco es el reconocimiento de ‘¡Oh, no puedo!’” Cuando le preguntamos sobre su canción de éxito “Hunger”, Florence explicó: “Estaba pensando sobre algo más grande que el amor romántico… La canción es como que vino de esa idea – ¿qué estaba buscando que estaba fuera de mí?”
Esta es la pregunta clave que todos deberíamos estar haciendo. El esquema mental actual predominante nos dice que no hay nada más allá de lo que vemos a nuestro alrededor. Hemos sido criamos para creer que todo lo que necesitamos podemos encontrarlo dentro de nosotros. Pero si somos sinceros, sabemos que Florence tiene razón. Necesitamos algo más grande.
La mayoría de esta generación global esta interesada en la espiritualidad pero no en una religión formal institucional. El cambio en la cultura hacia el individualismo y la opción personal, ha cambiado cómo la sociedad ve a Dios y la religión. Definimos nuestro propio sistema de creencias y mezclamos ideas y creencias que se adapten a nuestras preferencias. La religión cae entre las muchas opciones y categorías en nuestros hábitos de consumo. Y al final del día, nos quedamos con la intranquilizante sensación de que ya nadie sabe en qué creer.
Hay una brecha cultural entre esta cultura juvenil globalizada y la iglesia. Pero tender puentes entre brechas culturales ha estado siempre en el corazón del movimiento de las misiones. Fue demostrado por la encarnación de Jesús, la misión de Pablo a los griegos, la misión de Hudson Taylor a China, y muchos otros a largo de la historia de las misiones.
Las misiones han significado tradicionalmente ir a una tierra distante a aprender un nuevo idioma, comer comida extraña y adaptarse a culturas extranjeras, pero se puede decir que el mayor campo de misión hoy en día son las propias ciudades en las que vivimos. Debemos practicar la misma flexibilidad y adaptabilidad cultural para compartir a Jesús en nuestra vecindad en este momento cuando nuestra fe ha sido empujada a los límites y se ve ahora como extraña y ajena a la cultura que hay nuestro alrededor.
Las enseñanzas de Jesús sobre la sal y la luz, nos dan una dirección clara sobre cómo estar en el mundo y sin embargo no ser de él. Jesús nos llama a ser distintos (la sal que no ha perdido su gusto) e influyentes (¡Que tu luz brille!). El problema es que a veces nosotros, la iglesia, estamos demasiado saldaos. Estamos tan salados que nadie puede comer la comida. Somos tan distintos que nadie puede entendernos; parecemos ajenos para el mundo que hay a nuestro alrededor. Por miedo al mundo, nos cerramos en un gueto y perdemos nuestra relevancia; no tenemos influencia.
En los otros casos, caemos en el otro extremo. Nos convertimos en la iglesia pop, la iglesia hip, con una voz influyente. Nuestra luz brilla, pero hemos perdido nuestra sal. Nos convertimos en lo mismo que el mundo que hay a nuestro alrededor, perdiendo nuestros valores e identidad, perdiendo nuestra diferencia, nuestro foco en las buenas noticias de Jesús. Este cristianismo comercial está lleno de soluciones rápidas y respuestas fáciles, pero no tiene poder. Algunos lo rechazan como simplemente otra producto u oferta, mientras que otros lo consumen pero no experimentan un cambio real. Debemos dejar de ofrecer un cristianismo barato a una generación que está cansada de consumismo. Debemos dejar el gueto y predicar de nuevo el mensaje genuino y radical de Jesús.
La oportunidad de misión aquí es enorme, si estamos dispuestos a comprometernos y hablar la verdad a la escena cultural de esta generación urbana. Jesús nos ha llamado a salir fuera de la iglesia, a las calles, clubs, festivales y sitios donde la gente necesita oír la verdad. Esta generación puede estar impregnada de relativismo, pero hay una profunda hambre espiritual. Podemos mirar el esquema mental que hay a nuestro alrededor y la apatía hacia el cristianismo y tener miedo de hablar, tener miedo de ofender. Pero si mostramos al mundo quién es realmente Jesús y su victoria en la cruz, entonces el poder de Dios nos mueve y la gente lo quiere conocer. La soledad y la necesidad sincera de pertenencia y verdadera comunidad de esta generación, es otra oportunidad para la misión hoy en día. Todos sabemos lo duro que puede ser, especialmente para una persona joven, entrar simplemente en una iglesia. Así que de la misma manera en que hablamos valientemente la verdad, también debemos estar dispuestos a hacer discípulos en esta escena. Aprender a seguir a Jesús debe empezar en el contexto del que procede la gente. Eso es convertirse en todas las cosas para todo el mundo. No sólo fue Pablo a los griegos a predicar a Jesús, sino que también pasó tiempo con ellos, a menudo años. Vivió entre ellos y les enseñó lo que significaba ser un griego que seguía a Jesús.
Necesitamos construir puentes de discipulado, dando la bienvenida a la gente en la comunidad y a una relación sin las formalidades de un programa. Un joven creyente que aprende a seguir a Jesús en la escena de la que procede, aprende a ser sal y luz para el mundo, se convierte en misionero desde el día uno mientras sigue metido en su propio ambiente y relaciones, conduciendo a otros a la fe.